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Como aprender de los Campeones Mundiales

 Quienes buscan progresar en ajedrez hacen un montón de cosas para ello: juegan en torneos, estudian sus libros de aperturas, repasan los finales más conocidos, analizan las partidas de los grandes jugadores, se ejercitan tácticamente, juegan con amigos, usan la computadora, consultan las bases de partidas, etcétera. Y sin duda todo esto hace bien a quienes lo hacen con disciplina. Los resultados se observan en los torneos. De eso no tengo dudas.
Pero una manera poco frecuente de estudiar ajedrez es analizar a los grandes campeones del mundo. Por ejemplo, elíjase a un campeón del mundo que uno admire, digamos José Raúl Capablanca. El cubano fue el mejor jugador del planeta desde 1921, cuando le quitó el título a Lasker, y mantuvo su reinado hasta que en 1927, en Buenos Aires, Argentina, Alekhine lo destronó.
Capablanca debe haber jugado de torneo unas 500 partidas y hay mucha información y libros sobre sus mejores encuentros. Es posible hallar libros con una colección de partidas del campeón cubano, y lo que hay que hacer entonces es reproducirlas una a una con lentitud, leyendo los comentarios que ponen los escritores y hasta, quizás, poniendo a juzgar a las computadoras las jugadas de estos personajes. Esta es una manera de aprender y, además, si se ven las partidas en un orden más o menos cronológico, podemos ir viendo el desarrollo como ajedrecista del campeón que estemos estudiando.
Pero ¿por qué un campeón del mundo? Simple: porque ellos son los máximos exponentes del tablero. Por ejemplo, Fischer fue un gran ajedrecista, y aunque desafortunadamente no hay muchas partidas comentadas por él, muchos ajedrecistas fuertes han escrito y analizado sus encuentros. Incluso hay un libro completo que condensa todas sus partidas oficiales, analizadas una por una. A partir de esto es posible entonces casi diseccionar el estilo de un jugador y aprender cómo encaraba las posiciones, qué aperturas prefería, qué aperturas y defensas usó con frecuencia, cómo fue cambiando su repertorio de aperturas con los años, etcétera.
De hecho, yo acabo de ver las 59 partidas de Capablanca, que son analizadas por Cyrus Lakdawala en su obra: Capablanca move by move, Everyman Chess, y francamente entiendo mucho más el trabajo en el tablero de un jugador de la talla del campeón cubano. Es interesante ver, por ejemplo, que Capablanca era notable en los finales y ganó partidas increíbles en posiciones donde parecía que no había más que un aburrido empate. De pronto, en posiciones anodinas, el genio cubano hallaba magistrales jugadas que ponían en tantas dificultades al rival que terminaba por no hallar la mejor jugada y caía en posiciones que poco a poco se derrumbaban.
Creo, por ejemplo, que Capablanca tenía un estilo que le favorecía en los finales. Desde luego era capaz de jugar partidas muy brillantes, con combinaciones espectaculares, pero como se diría ahora: lo suyo, lo suyo, eran los finales.
Nota extraída de: http://www.proceso.com.mx/ -

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