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Entrevista a Hugo Spangenberg, campeón Argentino que vuelve a la competencia

–¿Cómo es que decidió volver a la competencia?

–En una entrega de premios en Villa Martelli, les dije a otros ajedrecistas que me avisaran si había algo para volver a jugar y me contaron que justo estaba la Copa Mercosur en el Cenard. Decidí ir y jugar. Eso no quiere decir que volví ni que me quiero poner competir. Pero veremos.

–¿Se sintió cómodo frente al tablero después de tanto tiempo?

–Al comienzo jugué razonablemente, bien los planteos. Mi nivel de aperturas es cero, ya era malo cuando dejé de jugar y ahora es cero total. Antes, en primera rueda te tocaba uno, vos ibas, movías y le ganabas, ahora todos saben, está la computadora, se te preparan y es más complicado. Yo no había estudiado, estaba como se dice en bolas, me senté y dije “que Dios me ayude”. Tuve un muy mal final en el torneo. Me sentí saturado, mi cabeza no carburaba bien, me sentía fuera de ritmo.

–¿Qué significa para usted el ajedrez en la actualidad?

–Es un poco de todo. El ajedrez fue mi vida, lo tengo ahí arriba. Pasé 22 años jugando y llegué a algo razonable. Si hoy me preguntás si disfruto, la respuesta es no. Lo miro por Facebook, miro los diagramas, las partidas, no hago más que eso. Sobrevivir del ajedrez no quiero. Conocí otras cosas, necesitaba cambiar de ambiente. El ajedrez es un ambiente cerrado, bohemio. El ajedrecista es una persona rara, yo tenía claro que quería otra cosa, tener una familia, hacer algo más.

–Usted, como muchos ajedrecistas, comenzó a jugar de chico. ¿Qué análisis hace ahora de esa experiencia?

–Al igual que en otras disciplinas, la carrera del ajedrecista profesional suele comenzar en una edad muy temprana y no hay un momento concreto en el que el niño elija, adultamente, que quiere o no dedicar su vida al juego-ciencia. Cuando uno es chico, juega al ajedrez como un hobby. Y es sabido que hace muy bien, que es un buen ejercicio para la cabeza, para la toma de decisiones, la evaluación. Yo recomiendo el ajedrez para las escuelas. Para los chicos es excelente.

–Pero una cosa es jugar y otra competir, ¿no?

–Si lo tomás como un hobby es una cosa y si lo tomás como profesional, empieza ya a tener presión, y deja de ser divertido. Yo lo disfruté mucho porque era chico. Me encontré con que ganaba, que jugaba un torneo con doscientos tipos y me tocaba un GM y le ganaba, y me parecía raro. Tenía cincuenta tipos alrededor de la mesa mirando. No entendía nada. Lo disfruté, pero me perdí la parte de la adolescencia, salir y esas cosas. Fue difícil, me la pasaba viajando. El ajedrecista vive en su mundo, prefiere quedarse con la computadora, o un tablero, con un libro, o jugando partidas rápidas, antes que salir a la noche con sus amigos. Las prioridades y las ganas son otras. Yo lo tomé con profesionalismo.

–¿Y cómo fue ese camino? ¿Fluido?

–Se dio solo. Fue paulatino. A medida que vas mejorando te vas dando cuenta de cosas. Cuando tenía 13 años, jugué el Mundial de Puerto Rico y terminé compartiendo el tercer puesto. El torneo lo gana Topalov, segundo queda Kramnik. Después estaba Almasi. Una tanda de jugadores que después fueron top, y estábamos de igual a igual. Topalov me gana una partida muy rara; a Kramnik le gano, y pierdo con Almasi. Jugaba más o menos parejo con ellos en ese momento. Incluso un entrenador ruso habló con mi mamá y conmigo, para entrenarme por dos años con la promesa de que podía ponerme entre los diez mejores del mundo. No me cobraba nada, ni para viajes ni para los torneos, y nos pedía un porcentaje de todo lo que yo ganara. Era un decisión difícil, y dije que no. Tenía que dejar el país, la familia. Además, yo miraba a los mejores del mundo, estaban Kasparov y Karpov, hasta ahí todo bien, pero después veía a Kamsky, Short, Ivanchuk, y yo me decía “no quiero ser como ellos”. Kasparov y Karpov ganaban fortunas, pero el resto no. Y para terminar loco como ellos, la verdad que no. Seguí jugando acá, ganando torneos en mi categoría. Gané el Campeonato Argentino y me di cuenta de que para el nivel de acá estaba bien.

–¿Es cierto que usted no tiene una formación clásica?

–Soy la persona que menos sabe de historia de ajedrez y que conoce menos partidas. Si me preguntan quién fue campeón mundial en tal época, ni idea. No me acuerdo. Fischer, Spassky, quién fue, cómo jugó. Te puedo decir cómo ganó Karpov una partida, pero nada más.

–¿Quiere decir que se puede prescindir de lo clásico?

–Creo que hoy lo clásico no sirve para nada. A mí no me interesó estudiarlo, quizás me equivoco. Con la computadora está todo estudiado. La computadora te “bate” todo.

–¿Hay algún condimento por fuera de lo estrictamente teórico que hace que un campeón no forme parte del montón?

–El gran campeón no va a ganar con estudio. Con un poco de talento puede llegar a un 2700/2750 de Elo, pero no va a ser Campeón Mundial si no es un genio y tiene un talento que lo destaque. Ya Carlsen (actual número uno del mundo) tiene gran talento, pero después te gana con la mínima. No lo conozco mucho, pero por lo que pude ver, te va manejando, te juega, te juega, hasta que cometés una imprecisión y te liquida.

–¿Esa actitud ganadora es innata o se desarrolla?

–Yo creo que es talento acompañado con estudio. Carlsen tiene un estilo a lo Karpov, que es fenomenal. El estudio sirve, pero antes podías ir con “el pecho”, era diferente, más lindo.

–¿El perfeccionamiento teórico con ayuda de los programas de computadora anula la parte más humana del juego?

–Estoy convencido de que el ajedrez tiene que cambiar y hacerse Fischer-Random (variación del ajedrez en el que se sortea la posición inicial de las piezas). ¡Basta de estudiarte todo! ¡A mover! Te ponemos el caballo acá, el alfil acá y a jugar, así vas a ver quién es el mejor. Ahora con la computadora te dicen “tendrías que haber hecho eso, esto y esto”.

–¿Cómo ve el estado del ajedrez argentino hoy?

–Muy bien, estuvo muerto muchos años pero ahora salió una camada de chicos nuevos. El ranking no dice mucho porque hay inflación. Antes a 2700 Elo no llegaba nadie y ahora tenés cincuenta tipos más o menos. El 2600 que tiene Mareco ahora, que no desmerezco, no es el mismo 2600 de antes. Yo había llegado a 2570 en un aluvión de racha y me bajaron de un hondazo. Difícil de mantener. Sería un 2650 de hoy. Son épocas diferentes.

–¿Y Alan Pichot?

–A Pichot lo conocí ahora. Lo comparo conmigo. Soy yo en chiquito, por cómo habla, cómo juega, cómo plantea las partidas, cómo las lucha. Te vuelve loco. Si estudia le va a ir bien. No tiene que agrandarse, los laureles son difíciles de llevar. Es chico, ganó un torneo, nada más. Uno puede estar iluminado. Ahora, él tiene nivel para que le vaya bien.

–¿Qué puede decirnos de la partidas que jugó con Kasparov y con Karpov?

–A Kasparov le gané una partida en la Bolsa de Comercio, en veintipico de jugadas. Cuando termina la partida tiene un peón de menos nada más, pero la ventaja posicional es tan grande que decide abandonar. Y me da la mano. Yo me pongo de pie y quien manejaba los resultados me hace una seña como corroborando que fue un empate, y yo le digo “no, le gané”. El tipo no quería poner que Kasparov había perdido. Pasaron varios minutos hasta que lo anotó, apareció en el tablero mural y todos me aplaudieron. Con Karpov jugamos un match a media hora, finish total. Me gana bien la primera, le gano la segunda, una partida rara, una Caro Kann, creo. Era raro, había dos mil personas mirando. Cuatro a cero era feo, pero él era Campeón Mundial a media hora, algo tenía que hacer. Gané una. La segunda estaba ganada, y perdí dos con negras.

–¿Pese a haber jugado a gran nivel, no se le dio por enseñar?

–Yo no sé enseñar. En una época para ganar plata di clases, pero me di cuenta de que no tenía paciencia y la persona no aprendía. No soy didáctico. Son caminos diferentes. Jugar bien no significa saber enseñar, y un buen profesor puede no ser un buen jugador.
 Nota extraida de:  http://www.pagina12.com.ar/

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